Katarína Löfflerová

Katarína Löfflerová fue una superviviente del Holocausto que sobrevivió a varios campos de concentración. Vivió toda su vida en Bratislava y hablaba varios idiomas. Era una centroeuropea de corazón.

Her story y fotos Breve resumen

¿Quién hizo la entrevista? 
Martin Korcok

Año de la entrevista

2004

Ubicación de la entrevista
Bratislava, Eslovaquia

Table of contents

Infancia y familia

Mi apellido de soltera era Katalin Vidor. Nací en 1910 en la calle Grosslingova de Bratislava. Mi hermana pequeña, Alzbeta Dukeszova, de soltera Vidor, nació siete años más tarde que yo. Al nacer mi hermana, sufrí varios episodios de celos, ya que todos le prestaban mucha atención, sin embargo, con el tiempo, terminamos teniendo una muy buena relación.

Ninguno miembro de las familias de mis abuelos era ortodoxo. En 1871, si no recuerdo mal, la comunidad Neolog[1] había sido fundada en Hungría. Por aquel entonces, todos mis familiares, tanto de mi lado paterno, como del materno, eran miembros de esta comunidad.

Katarína Löfflerová con su padre

1916

En nuestra casa siempre teníamos una criada, era algo habitual en aquella época. Por lo general, procedían de la región de Žitný ostrov (en húngaro Csallóköz), sólo sabían húngaro y estaban felices de tener la oportunidad de venir a la ciudad. Nuestras criadas eran como parte de la familia. Todas vivían con nosotros, pero comían por separado. La última chica que estuvo en nuestra casa era de la región de Záhorie, en Eslovaquia. Se llamaba Maria Sevcikova, nombre de casada. Era una persona muy inteligente, en 1942 escondió a mi madre en tres ocasiones. Cocinaba, limpiaba y, aparte de eso, se encargaba de cuidarme. Nunca pasé por una guardería, ni yo, ni mi hermana, ni ninguno de los hijos de nuestros amigos. La criada, que siempre estaba en casa, me cuidaba. Luego se marchó. Así que no nos quedamos sin sirvienta, solo teníamos una señora de la limpieza. Muchas familias tenían sirvientas, como nosotros.

Una fraulein [institutriz] vino a nuestra casa para que pudiéramos aprender alemán. Tanto mi prima -hija de la hermana de mi madre que vivía con nosotros- como yo misma tuvimos una institutriz que renunció poco tiempo después porque no podía con nosotras.

 

Ir a la escuela y al trabajo

Katarína Löfflerová en un viaje con la escuela

1923

Fui a una escuela primaria de Neolog situada en lo que es hoy la calle Zochova. En la escuela secundaria los niños y las niñas tenían que ir a clase por separado, por lo que íbamos a institutos distintos. Terminé mi primer año de escuela primaria durante la Primera Guerra Mundial. Después de eso, fui al liceo luterano, que era, en ese momento, la mejor escuela de secundaria. Era conocida como "conservadora", porque además de latín, también aprendimos griego. Nunca sentí antisemitismo en el liceo luterano.

También practicaba deporte. En los clubes deportivos no se sabía quién era o no judío, cuál era la religión de la gente, ni siquiera su nacionalidad, no se hacían distinciones.

Katarína Löfflerová en un torneo de tenis de la Macabea

1929

Aquí, en Bratislava, hablábamos tres idiomas, o más bien dos, solo aprendimos eslovaco mucho más tarde. Pero allí [en los clubes deportivos] ni siquiera había eslovacos, muchos atletas de primer nivel venían de la República Checa. Los checos eran los mejores esquiadores, así que no hacíamos distinciones, en un club deportivo nunca pasaba que alguien te juzgase por tu religión.

A pesar de que no me gustaban, también asistía a clases de piano, por entonces era importante saber tocarlo, todas las chicas de buena familia sabían hacerlo. 

Cuando tenía 15 o 16 años, mis padres me dijeron que tenía que aprender un idioma extranjero a parte del eslovaco, el alemán y el húngaro, que no contaban como tales. Aprendí inglés, que acabó siendo muy útil para mi futuro.

Mis padres eran deportistas. A menudo íbamos a nadar juntos. Los sábados y festivos nos dejaban hacer lo que quisiéramos. No respetábamos shabat. Mis abuelos tampoco. Solo celebrábamos el Año Nuevo Judío y Yom Kippur, el Día de la Expiación.

Al terminar el instituto, trabajé en un primer momento y por poco tiempo en una compañía de seguros, luego comencé a trabajar en el departamento de comercio exterior  de la fábrica de Klinger, en la que estuve varios años. Cuando los alemanes tomaron la fábrica me echaron simplemente por ser judía. Lo hicieron al final porque estaba empleada en el departamento de exportación y necesitaban mis conocimientos de inglés.

 

Durante la guerra

En 1933, Hitler toma el poder en Alemania. Hasta este momento, no teníamos constancia de qué era el antisemitismo, muchos ni siquiera sabían de qué se trataba. Durante el periodo de entreguerras no sentías que hubiera antisemitismo a tu alrededor.

Las emigraciones comenzaron a partir de 1933. Los optimistas, como yo y mi familia, nos quedamos. Decíamos que en un país donde el jefe de Estado [Josef Tiso] era un sacerdote católico, no podían pasar cosas como las que pasaban en los países vecinos. Pero no fue así, el nuevo estado eslovaco introdujo la obligatoriedad de llevar la estrella amarilla, nos obligaron a llevar una estrella de seis centímetros cosida en una parte de la ropa que fuera visible. Más tarde, sin embargo, hubo una orden que libraba a los trabajadores de la obligatoriedad de usarla si estaban trabajando.

Katarína Löfflerová de vacaciones en Abbazia

1936

Tras la formación del Estado Eslovaco[2], cada semana se promulgaban más y más leyes antijudías. Al principio nos obligaron a entregar todos nuestros objetos de valor, joyas, pieles, no solo abrigos de piel completos, también pequeños abrigos con cuellos de piel, así como los transistores de radios, para que de ese modo no pudiéramos estar informados de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Acabo de recordar que también tuve que entregar mi equipaje deportivo. Luego, en 1940, por aquel entonces aún no sabíamos, llegaría el momento en que no serían nuestros objetos de valor sino nuestras vidas las que tendrían que ser entregadas.

Permanecí en mi trabajo en la oficina de abogados[3]. El Dr. Forster pudo conseguirme un permiso de trabajo en cada una de las ocasiones que se lo pedí. Muy a menudo, a veces todos los días, tenía que acudir al juzgado. Esta fue la época en que solo había que llevar la pequeña estrella judía. Estaba aterrorizado, llevaba siempre conmigo expedientes de los casos que estaban siendo juzgados. Por lo general, ocultaba la estrella con la mano izquierda y, si me cruzaba con un guardia, la hacía rápidamente visible.

 

Salvando hombres de la deportación a Auschwitz

Los tres hombres, el esposo de mi hermana, mi esposo y mi padre, que tenía cincuenta y tantos años, fueron transportados a Ilava (campo de trabajo)[4]. Allí construyeron una presa eléctrica. Más tarde, los trasladaron a un campo de tránsito en Zilina, donde agrupaban a las personas y las deportaban a Auschwitz. No entraré en detalles, pero pude obtener el permiso requerido y conseguí entrar al Lager [Campo de Concentración en alemán] donde tenían a mi padre. Como se trataba de una persona mayor, no había trabajo que pudiera hacer, por lo que obtuve un permiso con su nombre para que pudiera salir del campo. Mientras tanto, mi padre me explicó dónde trabajaba mi marido y mi cuñado. La suerte estaba conmigo, y gracias a mis conexiones, por supuesto, me las arreglé para que los enviaran en el tren que iba al Campo de Novaky, no al que iba a Auschwitz. Bueno, así fue como en 1942 salvé a mi familia más cercana. Ninguno fue trasladado fuera de las fronteras del país, y finalmente obtuve un permiso de trabajo en una empresa de construcción con el que pude sacar a mi cuñado y esposo del campo de Novaky.  

 

Levantamiento nacional eslovaco y consecuencias

El 20 de agosto de 1944 se produjo el Levantamiento Nacional Eslovaco[5], como consecuencia los alemanes invadieron Eslovaquia. Vivíamos con una gran ansiedad los acontecimientos, no sabíamos qué iba a pasar. Mientras tenían lugar los enfrentamientos, escuchábamos las noticias por la radio y sabíamos que los alemanes estaban sufriendo muchas bajas.

El 27 de septiembre de 1944, los guardias de Hlinka[6] vinieron a por nosotros y nos arrestaron. Nos trasladaron al Centro Judío, un edificio propiedad de la comunidad hebrea. Allí hacinaron a unas 1.500 personas. Pasamos toda la noche de pie, apretujados en los escalones. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, antes de las ocho, nos trasladaron a la estación de tren. Allí nos quedamos hasta el mediodía, momento en el que nos subieron a los vagones. Terminamos en Sered[7], un campo de tránsito ubicado a 60 km al noreste de Bratislava. Estuvimos allí tres días, fue algo horrible, monstruoso. Nos amontonaron, no había espacio para todos. Al tercer día llegaron los vagones, nos hicieron subir, puede que fuéramos setenta, o tal vez más. Cuando llegamos a Cadca, supimos que íbamos a ser trasladados a Auschwitz.

Sabía exactamente lo que ocurría en Auschwitz. Se sabía porque, en marzo de 1944, dos prisioneros habían escapado con éxito del campo, y mi esposo se había encontrado con uno de ellos. Por ello, cuando vi Auschwitz por primera vez, no me resultó del todo desconocido.

 

Auschwitz

Llegamos a Birkenau, nos obligaron a bajar de los vagones y nos separaron entre hombres y mujeres. Fue entonces cuando vi a mi padre y a mi marido por última vez. Un hombre de las SS que estaba parado no lejos de mí, que era de aquí, de Ružinov (hun. Főrév)[8], me miró, me agarró del brazo y me preguntó: “¿Cuántos años tienes?”. Le respondí honestamente: “Tengo treinta y cuatro”. Él dijo: “Todavía eres fuerte, vas a trabajar”. Me quedé quieta abrazando a mi madre, pero no sé cómo, de alguna manera, me empujaron hacia a un lado. Fue así como me pusieron del lado de la vida. Los afortunados que nos colocaron del lado de la vida tuvimos un destino completamente diferente a los que se quedaron del otro lado, que serían inmediatamente gaseados. Recuerdo perfectamente la fecha exacta en que ejecutaron a mis padres, fue el 4 de octubre de 1944.

 

Freiberg

Estuve en Auschwitz un total de diez días. Las ejecuciones no cesaron ni un solo momento, las cámaras de gas funcionaban día y noche. Diez días después nos metieron de nuevo en unos vagones y durante dos días nos arrastraron hacia un destino desconocido. Después de dos días de viaje, llegamos a Alemania, a Freiberg[9], donde había una fábrica de porcelana que había sido transformada en fábrica militar. Fabricábamos alas y ciertas piezas para los cohetes que se utilizaban para bombardear Londres. Trabajábamos doce horas durante el día o doce horas de noche siempre supervisadas por una mujer. Debo mencionar que las mujeres guardias de las SS eran mucho más crueles que los hombres. Era un trabajo muy duro físicamente y el hambre nos atormentaba constantemente.

Después de siete meses, de repente, nos dijeron que iban a cerrar la fábrica. Nos dejaron en el interior de la fábrica durante todo el día. Las que trabajaban en el piso superior vieron cómo los guardias de las SS huían despavoridos, así como las trabajadoras veteranas, aquellas que nos habían entrenado, dejándonos solas encerradas en el interior. Teníamos miedo de las SS y la Gestapo, no de las bombas. Cuando pensábamos, ahora sí, que nos íbamos a morir de hambre, de nuevo nos metieron en unos vagones, esta vez se trataba de unos vagones de carga y sin techo. Estuvimos en aquellos vagones descapotados durante dieciséis días, nos arrastraron de un lado a otro por Austria, Alemania y la antigua Checoslovaquia.

 

Mauthausen

Llegamos a Mauthausen, y las más desafortunadas, yo entre ellas, terminamos en el conocido como Campo Gitano, donde la mayor parte de las mujeres de las SS habían comenzado a huir. Como sabían que veníamos judíos, entregaron la autoridad a los gitanos, dándoles un brazalete blanco.

Recuerdo que una chica muy agradable que estaba sentada entre nosotras, mucho más joven que yo, nos dijo: ‘¿Quién quiere venir conmigo? Me escapo’. Inmediatamente me uní a ella. Éramos siete mujeres. Nos escapamos, aunque no fuimos demasiado lejos, había un bosque allí mismo donde nos encontramos accidentalmente con el Campo donde tenían recluidos a los presos políticos checos[10]. Nos escondieron en el heno, porque allí tenían camas hechas de heno. El 4 de mayo de 1945 nos dijeron: '¡Señoras, la libertad ya está aquí, vienen los estadounidenses!'. Al escuchar la noticia, nos levantamos y salimos con gran dificultad de nuestro escondite. Bajo una balaustrada que había allí mismo, nos detuvimos y observamos, no podíamos creer lo que veían nuestros ojos.

 

De vuelta a casa

Regresamos a casa en un barco que nos llevó por el Danubio. El 22 de mayo llegamos a Bratislava. El barco se detuvo exactamente frente a la casa de la que me habían sacado. Nos encaminamos hacia la ciudad, el Dr. Frieder, nuestro rabino en aquel momento, vino hacia nosotros acompañado por otros dos judíos. Al ver que recién bajamos del barco, sin pelo, calvas, nos mandó directamente a la cocina para que comiéramos. Cuando llegamos a la cocina, después del susto, las personas que nos rodeaban empezaron a preguntarnos: '¿Estabas con mi madre, viste a mi hermana, no viste a mi hija, ¿verdad?'. Uno tras otro, todo eran preguntas.

Por aquel entonces no me sentía triste [por lo que había sucedido en la guerra], y no era un caso aislado. Para mí sólo existía una cosa importante: comer y comer y comer. Solo escuché en voz de otros el hecho de que tuvieran algún tipo de incidente con algunas personas, como que regresaron más de los que se habían llevado, pero a mí nunca me pasó nada de eso.

Había una oficina, se llamaba la oficina de Repatriación. Los que volvían a casa tenían que registrarse, cada uno recibía 500 o 1000 coronas. A medida que subíamos los escalones de la oficina, había nombres y direcciones escritos por todas partes. Todo el mundo los leía. Cuando firmé que había regresado, escribí mi nombre allí mismo. Así fue como mi tío -cuando volvió- pudo encontrarme, así fue como terminé viviendo con él. No mucho después, descubrí que mi esposo también había muerto, lo gasearon.

 

Segundo matrimonio

Katarína Löfflerová en familia

1960

Conocí a mi segundo marido, Ladislav Löffler, cuando trabajaba para la agencia de transportes y me hizo entrega de un baúl procedente de Pezinok. Era judío, pero no religioso. Había vivido la guerra en Bratislava con papeles falsos. No tenía ninguna ambición de casarme. Sabía que podía mantenerme sola, ya que hablaba cuatro idiomas. Estaba segura de que podía conseguir un trabajo, de hecho, ya habían preguntado por mí, pero todavía no me sentía del todo bien.

Finalmente nos casamos en 1946. Trabajábamos mucho, día y noche, sábado y domingo. Trabajé para él, por entonces ya tenía su propia agencia de transporte. Después de la guerra, muchas personas que habían regresado decidieron emigrar de nuevo, nosotros no, no queríamos irnos. Mi hija Anna nació en 1948.

 

La vida durante el comunismo en Checoslovaquia

Al principio tuve un puesto de trabajo en una empresa constructora, pero solo por poco tiempo. La temporada más larga que estuve en un puesto de trabajo fue en Negocios Domésticos, en la oficina central. Mi marido trabajaba en la ciudad de Nitra. Así que decidimos ir a vivir allí, donde nos quedamos diez años.

En 1966 regresamos a Bratislava. Obtuve un nuevo puesto en el departamento de marketing, mi tarea era asegurar la adquisición del stock anual. Durante aquella época tuve un accidente automovilístico, por esa razón, a fines de la década de 1960, conseguí una pensión de invalidez. Tenía algunas heridas graves. Más tarde comencé a trabajar como guía turística en una agencia de viajes, donde trabajé durante veintiséis años.

Nunca tuve problemas por mi identidad judía. Durante la época socialista, trataba de hacer saber de inmediato a la gente que era judía, porque siempre me ha gustado saber de qué lado estamos, quién es el enemigo y quién es el amigo. 

 

La Revolución de Terciopelo y los años posteriores...

En 1989, en Checoslovaquia, tuvo lugar la época de los grandes cambios sociales: la Revolución de Terciopelo[11]. Todos los días iba a manifestarme a la SNP, Plaza del Levantamiento Nacional Eslovaco. Desde que ha tenido lugar el cambio de régimen, el mundo no está peor, pero, si soy sincera, no puedo dar mi opinión sin sentir algo de temor. Aunque la doy de todos modos, siempre lo hago con cierta precaución. Mi familia vive mucho mejor de lo que lo hicimos nosotros. Hoy puedes vivir tranquilo, no es tan peligroso como antes. Siempre puedes hacer algo y ganar dinero, solo tienes que querer.

En 1991 hice mi primer viaje al extranjero, a Israel. Hace cuatro años fui por segunda vez. Apoyo a Israel, pero no me gustaría vivir allí. Tal vez soy demasiado centroeuropea para eso.

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